Dejaste la mirada allí, retenida bajo el portal, esperando a que se ella se diera la vuelta. Corría el aire, caía la lluvia fina con sabor de noche nueva, que apenas te calaba en la ilusión, paseaban nocturnos viandantes a paso ligero, como si no quisieran aparecer en la fotografía que protagonizabas.
Seguías mirando, absorto e incrédulo al sentimiento que, de nuevo aparecía absurdo en una noche inesperada. Mirabas con la esperanza eterna del inocente, pausando cada segundo en un intento de finalizar la rotación de la tierra.
Mirabas y mirabas. Miraste. Porque nunca se dió la vuelta para regalarte el beso que tan enorme contexto hubiera merecido.
Al día siguiente todo sería silencio y olvido.