Querida Soledad

Vale, al final hemos de llevarnos bien, de acuerdo, no insistas, creo que lo he entendido. Pero hay formas y formas de hacerlo, ¿no crees? Quiero decir que podías haber hecho como todo el mundo, venir, sentarte conmigo, tomar un café (tú solo, faltaría más) y plantearme la situación en la que nos encontrábamos. Habríamos hablado un buen rato, escuchando los silencios que tanto adoras y hubiéramos terminado por entendernos. Al final casi todo el mundo lo hace si hay buena intención. Vale, puede que yo hubiera dudado de la tuya, dada la situación en la que me encontraba, y me hubiera resistido un poco. Pero bien sabes que soy un chico fácil cuando se trata de cuestiones irremediables. Me dejo hacer. Déjame por tanto decirte que no me gustó nada que vinieras como elefante en cacharrería, a lo bruto, a lo bestia, a lo insensible. Y tampoco me gustó que me abrazaras tan fuerte, qué quieres que te diga, soy un convencional, me gustan las caricias, los preámbulos y esas cosas. Déjame decirte también que tampoco me hizo demasiada gracia que no me dejaras salir en una temporada. Sí, de acuerdo, el amor es así, y solo te apetecía estar conmigo y no querías que viera a mis amigos, por temor de que acabara con alguna que me hiciera olvidarte. Tampoco te hacía mucha gracia que viniera el pasado a tomar el té, amargo como el gusta a él, y me invitara a pasearme por las paredes del insomnio mientras tú esperabas impaciente en la cama un abrazo. Sabes perfectamente que con él siempre has estado tranquila, claro está, en el fondo juega de tu lado y es tu mejor aliado a la hora de buscar cómplices, no disimules, que nos conocemos los tres. Pero mira que eres posesiva, te lo tengo dicho. Y nada. Enseguida volvías a llamarme, incluso a gritos en momentos delicados que no voy a recordarte ahora. Pero bueno, poco a poco y con el paso del tiempo nos vamos conociendo, recorriéndonos, escrutando detalles de los que solo percibimos los dos y formarán parte algún día de la enciclopedia de recuerdos que vamos acumulando. Y claro, como siempre que hay dos que se quieren, empezaste a hacer cosas que son propias de mí, como salir por las noches, beber, por cierto, tienes un punto muchas veces genial, ir de paseo por el monte y visitar ese lugar donde nos besamos tantas veces. Yo, que soy de natural enamoradizo he hecho también algunas de las tuyas, como permanecer en silencio absorto ante nimiedades, como verle sentido a un apagón, a que se terminen las cosas de la nevera o a bañarnos juntos con velas y todo los domingos.

Lo que menos me gusta de nuestra relación, he de confesártelo, es cuando hago que alguien te conozca, por mi culpa, sobre todo cuando no está preparado o no se lo merece. No está bien, lo sabes. Muchas veces te dejaría en casa, encerrada, tienes que entender que no todo el mundo le cae bien a todo el mundo y, mujer, tú eres especial, un tanto retorcida a veces, y sobre todo dura. Muy dura. Y no todo el mundo merece tu, a veces, insoportable compañía. Otras me hubiera encantado que vinieras, muchas, no creas, y haberte presentado a algunas personas que han ido paseando por mi tiempo, y con las que seguramente acabarás para siempre. Con ellas puedes ser elefante, mamut o apisonadora. Sin miedo, que se lo merecen. A veces me dan ganas de dejarte, lo confieso, puedes resultar incómoda en ciertas canciones, recuerdos y fotografías, otras, las menos, te daría con la puerta en las narices porque siempre me esperas despierta como si fuera un crio, si sabes que siempre vuelvo, y tú ahí, con esa bata horrible de rutinas que ya empieza a decolorarse y que, por cierto, conserva incólume el agujero del cigarro con el que me quemaste las navidades de hace dos años. Pero basta de tristezas, al final, como te decía, nos llevamos bien, tú con tus exigencias y celos y yo con mis escarceos de ida y vuelta. Eso sí, puede que un día te de con la puerta en las narices y no me vuelvas a ver excepto en alguna ocasión especial, o puntualmente algún día que te llame porque me apetezca verte. Sí, ya lo sé, siempre me lo dices, puede que un día me acabe enamorando de ti, aunque solo sea por el roce, que hace el cariño.

Pero, querida Soledad, a veces con el cariño no es suficiente…

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