Mentiras y desacuerdos (IV)

Te dejé pasar una tarde en tu ibiza rojo cuando salías del aparcamiento de las oficinas que se encuentra justo enfrente del mío. Me quedé mirando tu sonrisa de agradecimiento, tu mano con gesto displicente e imaginé tus ojos tras los enormes cristales de tus gafas de sol. Días más tarde volvíamos a coincidir y, de nuevo, dejé que me adelantaras mientras me sonreías y dejabas notar que me recordabas de la última vez. Aun desconocía tus ojos. La siguiente vez que coincidimos fuiste tú la que insististe con tu mano abierta indicando el camino para que yo pasara delante. Miré por el retrovisor. Sonrisas cómplices, un movimiento de cabeza, quizá cantabas alguna canción, quizá era la banda sonora de nuestra historia. Yo subí el volumen, Somebody to love.

Pasaron muchos días, años para mí, hasta que volvimos a cruzarnos. Había un atasco enorme y cuando dejé que te colaras todo el mundo me pitó, me gritó, me insultó. Por el retrovisor me regalaste algo que sabías era en ese momento lo más deseado del mundo. Bajando tus gafas me miraste y cerraste el ojo (mar, cielo, inmenso) derecho, suavemente, lejos de ser un gesto rápido era un lenguaje, un pacto, un susurro, un trato, un reto. Más volumen, Can anybody find me somebody to love?

Hoy han colocado el letrero de «se alquila» en tu edificio.

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