Aquella noche hacía el calor necesario para entendernos.
Aquella noche la luz intensa de la luna era necesariamente imprescindible para que nos abrazáramos.
Aquella noche, y de forma cuantitativamente necesaria, el musgo abrazado a la tierra era el justo para que nos entendiéramos.
Aquella irrepetible noche, y minuciosamente calculadas, lucían las estrellan con la intensidad nanométricamente calculada para dar el equitativo brillo a tus verdes ojos de mar. Aquella noche todo, todo, todo era absolutamente perfecto.
Lástima que estuvieras conmigo.