Pausaban los tejados las caídas de las gotas como queriendo impedir lo inevitable. Algunos paraguas rodeaban a los transeúntes al grito silencioso de qué hacéis aquí en medio de mi huida. Pasaron un par de hombres corriendo, periódico en la cabeza, intentando salvaguardar una imagen ya deteriorada. Los árboles ofrecían la falsa protección que en realidad no procuran, porque al primer golpe de viento regalan lo acumulado con incómodo y aumentado volumen. Bajo los portales las embarazosas esperas junto a desconocidos que solo quieren salir de allí.
Y todo ese caos, todo, sirvió de decorado para un beso.
Un beso como tiene que ser un beso: sin tejados, sin huidas, sin protección, sin esperas y sin querer salir de allí.