Semana Tercera

La vida de aquel hombre no cambió en exceso cuando supo que sobre su tierno cuerpo de lechón se reencarnaría la esencia misma del mal. Es más, sintió que la calamidad absoluta dentro de su cuerpo lograría hacer de su existencia algo más de lo que era en sí: rutinarios paseos por los parques cercanos a su casa, lectura de libros históricos, comidas frugales en el restaurante de siempre.

La vida de los hombres se podría resumir en tres líneas y quizá nos entrara un punto y aparte. Esto pensaba aquel hombre sin menosprecio de su vida, pero con cierta desazón. En el fondo, como casi todos, estaba acostumbrado a ser así. Ahora, sin embargo, y ciertamente contrariado por la noticia, se inquietaba pensando cómo sería su lado oscuro, el paraje desconocido de su alma que albergaría las heces de la humanidad. No lo negaba: se sentía atraído poderosamente por aquel incipiente suceso.

Pasó el lunes, pasó el martes, y se sucedieron los paseos por los parques y las comidas en el restaurante de siempre: semana primera. Pasó otro lunes y otro martes y continuaron las lecturas de libros históricos: semana segunda.

Ciertamente afligido, aquel hombre pensó seriamente que le habían engañado, que el mal no vendría nunca a buscarle, con lo que decidió presentarse en su casa. La casa del mal tampoco era para tanto, alguna furcia, un par de efebos castrados haciendo felaciones, fuego por todas partes y, de vez en cuando alguna canción de un disco de Mecano reproducido al revés.

Después de haber bebido una buena dosis de perversión, practicó el sexo con un par de jirafas, dos tragos de sadismo le llevaron a desollar a uno de los efebos, y ciertas maneras de odio le convidaron a despreciar incluso al maestresala que, todo sea dicho, tampoco era para tanto.

Ahora aquel hombre sigue paseando, leyendo y comiendo como siempre, pero se siente mucho mejor. Empieza a ser feliz. Su vida, se decía ahora, necesitaría al menos las líneas del párrafo anterior.

Creo, además, que tiene muchos más amigos.

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