Las más de las veces llegas a la conclusión de que encontrarte con la felicidad cara a cara es algo que le sucede a otros, porque las más de las veces es verdad. Te hablan de actitud, de predisposición, de estar atento. Si hasta yo lo hago, no lo voy a negar. Pero seamos francos, eso de la predisposición y la atención no sirve de mucho. No preguntes por qué.
Yo creo que hay alguien repartiendo momentos de felicidad pero pienso que no lo tiene demasiado claro. Es posible que sea un tipo como tú o como yo (léase tipo en un genérico asexuado) al que un día le cayó la tarea del reparto. Supongo que la aceptaría pensando aquello de prevaricar y guardarse en maletines particulares momentos como un desayuno en la cama o un beso en la parada del autobús.
Pero hasta lo de repartir felicidad se convierte en una rutina, total, es para otros, total, no lo saben aprovechar, total. A veces el tipo seguramente ni mira a quién le da la felicidad, y es cuando sucede que te llega esa notita a destiempo bajo el teclado del ordenador de la oficina, cuando se acerca ese chico a decirte algo y estás demasiado ocupada, o cuando, tantas veces, es el lugar adecuado, la persona adecuada pero el momento más inadecuado de todos.
Vamos a ver, que no seré yo quien juzgue ni me meta con el tipo en cuestión, insisto, no le envidio demasiado la tarea, pensadlo bien una vez más. En plan hoy tienes que dar un abrazo en la escalera, una despedida pasional en el portal y un mensaje en el móvil con iconos de corazón. Vale. Ahora ponte a buscar quién lo necesita más. ¿Acaso no lo necesitamos todos?
Pobre, es verdad. Después de pensarlo bien mejor no me quejo, que tampoco es culpa suya. A ver si un día tiene a bien y acierta con nosotros.