Te rodean por doquier, en tus pasos, en tus sombras, en tus pensamientos que no compartes, en tus silencios que gritas. Están en los demás, en lo que no te cuentan, en las veces que no te miran, en los mensajes que no recibes. Están en la ventana entreabierta de la que asoma un nadie que te encantaría descubrir, en la puerta a la que no has llamado. Están en el poso del café que te has tomado leyendo un periódico en el que no crees, en los créditos de la serie o película que te dejó sin habla. Están en las huellas borradas por las lágrimas que no tuvieron hombro.
Se sientan contigo en el ordenador que no arranca, en la ropa que hoy te hace más feo y más viejo, en eso que no debiste decir, en ese abrazo que no has dado, en echarte sal en vez de azúcar, en llegar tarde a la cita que no volverás a tener, en el folio en blanco roto a carcajadas de inseguridad, en por qué no te atreviste, en por qué habré hecho eso.
Pero son necesarias, porque en esas nadas está gran parte de tu vida, esa que se irá contigo a la eternidad. Y por eso, porque son solo tuyas, porque las has soportado, hubo felicidad después de aquel que no fue tu día.