Entras en ese bar con cara de nunca. De nunca volveré a amar a una mujer, de nunca me dejaré pisotear de nuevo en el trabajo, de nunca más me emborracharé, con esa especial cara de nunca más me voy a dejar engañar, nunca volveré a engañar.
Entras altivo, resuelto, con fuerzas de viernes. Con cara de que nunca dejaré de lado al amigo de siempre, de nunca pondré el dinero por encima de las cosas importantes, de nunca jamás me traicionaré de nuevo. La cara de nunca me pondré méritos que no me corresponden, de nunca abandonaré a mitad de camino mis propósitos valientes.
Entras en ese bar de siempre con tu cara de nunca.
Los mismos carteles, los mismos grifos de cerveza, los mismos vasos colgando de la parte superior de la barra, ajada ya por historias que nunca se cuentan. Hueles ese aire que mezcla la espuma de la cerveza con el vino de dudosa procedencia. Servilletas arrugadas alfombran el suelo, testigos de otros que ya pasaron por allí. Baldosas pegajosas con figuras de suelas ennegrecidas, huellas de pegamento.
Es el aire de siempre, de siempre hay alguien que está por encima de ti, de los hombres somos así, de es el sistema en el que vivimos. El aire de siempre tienes que renunciar a algo, de siempre las cosas no son como uno quiere, de es lo que hay. Es el aire de alguien tiene que hacerlo, de yo no puedo cambiarlo, el aire de si nadie se entera no pasa nada.
Entras en el bar de siempre con tu cara de nunca y fuerzas de viernes.
Te preguntas con un vino de dudosa procedencia quién saldrá por la puerta esta vez y si será domingo cuando lo hagas.