Deslizas las hojas con los pies, ha llegado tu otoño, y te lleva. Te lleva a cualquier lugar pasado en el que ya no estás, ese es el peaje, esa es la condición. Siempre es un lugar en el que no estás. Porque esas hojas representan lo que sucedió, ahora caído en un suelo en el que son olvidadas menos para quien las encuentra, como tú, entre sus pies.
No te gusta dar patadas al pasado, no es bueno en realidad. Por eso las volteas sin decisión y remueves haciendo círculos. Recelas de pisotearlas, no sé, es como que los recuerdos deben seguir vivos de alguna manera, como para protegerte de otra caída a un asfalto frío y desagradecido. Pero tampoco te gusta volver a ver cómo, de nuevo, el ciclo de la vida retorna para visitarte: sí, somos las que veías cubriendo un sol hace tan solo unos meses. Ahora ya no.
Algunas hojas además se empeñan en pegarse a tus suelas, incómodo intentas quitártelas con el otro pie, porque no quieres agacharte, no quieres acercarte demasiado. Acercarte demasiado al pasado puede cansar, y en algunos casos doler. Que ya no eres un chaval. Así que te acompañan, un tiempo, no demasiado, depende de lo fuerte que se aferren, de lo intenso de su recuerdo.
Acaban cayendo, siempre caen, pero es muy atroz cuando caen dentro de tu casa, porque es entonces cuando no te queda más remedio que afrontarlo y agarrar la escoba. No es agradable mezclar tus recuerdos con los despojos de tu día a día.