Todas esas veces que te equivocaste, que no dijiste lo que tenías que decir, o aun más complicado, lo que quería oír de tus labios aunque fuera mentira. Todas esas cosas que no hiciste, unas veces por el poco tiempo que te dejaba la parte de la vida que menos importa, otras por el terrible pecado de imaginar que no pasaba nada, y otras por la dolorosa maldición del amor: la pereza de una rutina que consume los sueños.
Todos los momentos en los que pudiste pero no quisiste ser el rey del mundo haciendo que ella fuera la reina, con esos detalles que sabes tener si te lo propones, pero no hubo propósito, con esa frase oportuna que convierte un momento en un instante, con esa tontería, que se hubiera sumado a otras en el cofre donde guardabais las que solamente vosotros entendíais y os hacían únicos e inmortales.
Todas esas veces que tenías más fe que ella pero no se lo hiciste ver mientras dejaba caer sus ganas de seguir, todos esos silencios que evitaste en los que hubieras escuchado sus lamentos y sus risas.
Todos esos arrepentimientos ocultos bajo la alfombra del orgullo absurdo.
Todas esas malas hierbas que crecieron en el jardín que nunca pudo ser.
Es hora de desbrozar, aunque sea para otros.