Y daban igual las cortinas cerradas, las sillas alrededor, las mesas con recuerdos de banquete y platos de postre a medio terminar, los restos de cotillón en el suelo, la sensación pegajosa de los zapatos en el suelo, la bombilla de aquella lámpara que, intermitente, avisaba de una muerte pronta, la pareja de niños jugando bajo la mesa con objetos indefinidos, el anciano dormido sobre su cuello torcido en la mesa de copas, que duermen igualmente sobre un charco de vino, la camarera agotada con ya poco decoro en el apilar sin ganas los platos en la bandeja, chaquetas en sillas que ya no son de nadie. Madrugada de prórroga.
Daba todo igual, porque bailábamos solos bajo la esfera de cristales la canción de nuestra inmortalidad.