Mecer por esa canción que traidoramente te arranca una sonrisa desde el pasado.
Estribillos que fueron. Nostalgias que son.
"Bienvenido a mi casa. Entre libremente por su propia voluntad. Deje parte de la felicidad que trae."
Mecer por esa canción que traidoramente te arranca una sonrisa desde el pasado.
Estribillos que fueron. Nostalgias que son.
Y daban igual las cortinas cerradas, las sillas alrededor, las mesas con recuerdos de banquete y platos de postre a medio terminar, los restos de cotillón en el suelo, la sensación pegajosa de los zapatos en el suelo, la bombilla de aquella lámpara que, intermitente, avisaba de una muerte pronta, la pareja de niños jugando bajo la mesa con objetos indefinidos, el anciano dormido sobre su cuello torcido en la mesa de copas, que duermen igualmente sobre un charco de vino, la camarera agotada con ya poco decoro en el apilar sin ganas los platos en la bandeja, chaquetas en sillas que ya no son de nadie. Madrugada de prórroga.
Daba todo igual, porque bailábamos solos bajo la esfera de cristales la canción de nuestra inmortalidad.
La caricia que no diste,
ecos del no intentarlo
siquiera un poco,
miedos que son delitos
en un mundo que ya era cárcel.
La sencilla pero inevitable mirada que te delata. La mano que acercas sigilosa. Cambio de postura forzado. Inocente suspiro. Nervios. Espera. Aguanta. Espera. Cruce de respiraciones. Contacto visual.
A partir de ahí, es cosa vuestra.
El no querer nada más debería ser la señal de que has llegado.
El amor llama.
Y te pilla con la línea ocupada.
Y ves la llamada perdida.
Pero no reconoces y mejor no.
Y te deja un mensaje.
Y no tienes tiempo para oírlo.
Y vuelve a llamarte
Y estás fuera de cobertura en tu vida.
No merece el mundo que pienses que no eres tan hermosa. No merece el mundo que no te quieras. No merece el mundo que cierres los ojos frente al espejo. No merece el mundo siquiera la duda.
Porque tu duda es la noche de un día al que le faltó lo mejor.
Gracias. Se os quiere
Hoy a las tres serás tú